Imitar lo bueno

Lectura: 3 Juan

Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios. —3 Juan 11

La mayoría de la gente coincidiría en que la vida es una mezcla dolorosa de cosas buenas y malas. Esto se aplica al matrimonio, las amistades, la familia, el trabajo y la iglesia. Sin embargo, nos sorprendemos y decepcionamos cuando el egoísmo entra en escena dentro de la comunión de quienes procuran adorar y servir a Cristo juntos.

Cuando el apóstol Juan le escribió a su amigo Gayo, elogió la fidelidad y la generosa hospitalidad de los miembros de su iglesia (3 Juan 3-8). Aun así, en la misma congregación estaba Diótrefes, «al cual le [gustaba] tener el primer lugar» y había creado un clima hostil.

Juan prometió ocuparse personalmente de él cuando visitara la iglesia. Mientras tanto, exhortó a cada integrante de la congregación, diciendo: «Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios» (v. 11). Las palabras de Juan se hacen eco de la instrucción de Pablo a los creyentes en Roma: «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal» (Romanos 12:21).

En un acalorado conflicto, quizá nos sintamos tentados a «devolver fuego por fuego». Sin embargo, Juan nos insta a dejar lo malo y seguir lo bueno. Este es el sendero que honra a nuestro Salvador.

Como la luz vence la oscuridad, la bondad triunfa sobre el mal.

David C. McCasland

Fuente: Nuestro Pan Diario

Por qué trabajamos

Lectura: Efesios 6:5-9

No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón. Efesios 6:6

A finales de la década de 1660, Sir Christopher Wren fue contratado para rediseñar la Catedral de San Pablo, en Londres. Según la leyenda, un día visitó el sitio donde se construía este gran edificio, y los obreros no lo reconocieron. Caminó por el lugar preguntándoles a varios hombres sobre lo que estaban haciendo. Un trabajador respondió: «Estoy cortando una piedra». Otro obrero contestó: «Estoy ganando cinco libras y dos peniques por día». Un tercero, sin embargo, tenía una perspectiva diferente: «Estoy ayudando a Christopher Wren a construir una catedral magnífica para la gloria de Dios». ¡Qué contraste en la motivación y la actitud de aquel hombre!

Lo que motiva nuestras acciones es sumamente importante; en particular, cuando se trata de nuestra vida laboral y profesional. Por eso, Pablo desafió a los efesios a trabajar «no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres» (Efesios 6:6-7).

Si trabajamos para simplemente ganar un sueldo o satisfacer a un supervisor, estaremos lejos de perseguir la motivación más elevada: hacer las cosas lo mejor posible como una demostración de nuestra devoción a Dios. Entonces, ¿por qué trabajamos? Tal como le dijo aquel obrero a Wren, lo hacemos «para la gloria de Dios».

Independientemente de quién te pague el sueldo, estás trabajando para Dios.

Bill Crowder

Fuente: Nuestro Pan Diario